10.3.12

Aquella noche...

Todo estaba oscuro, una leve penumbra de luz habitaba la habitación gracias a las cuatro o cinco velas que tu muy amablemente habías distribuido por ella. No hacía falta nada más, sabíamos perfectamente a qué distancia estábamos el uno del otro, ya que sólo eran uno escasos centímetros. Lento, muy lento me quitaste la camisa y yo te desabroché los botones de la tuya, dejando al descubierto tu corpulento torso. Me acariciaste la barriga y depositaste tu mano en mi cintura mientras me besabas en el cuello, subiste hacia mis labios muy lentamente que al rozar con los tuyos me provocaron un leve cosquilleo el cual invadió mi cuerpo por completo. Posé mi mano en tu pecho y la deslicé por el según me apeteció, entretanto te susurraba cosas al oído, te mordí la oreja sin ejercer demasiada fuerza sobre ella y tu te rezagaste de placer. Me encantaba provocar esa sensación en ti. Sabíamos perfectamente que era demasiado arriesgado para ambos, estábamos dispuestos a llegar hasta el final. No importaba nada más que esa noche y aquella habitación.