19.6.14

Amores desafiados de amaneceres incomprendidos

Como cada mañana, un café en la ventana dejándose enfriar, quizás responde a tu llamada de socorro, o quizás el azúcar rebosó sinceridad. El lápiz corría sólo por el lienzo, nada más puro que las sábanas enroscadas en tu cuerpo. La deliciosa perspectiva cautivaba el sol a estas horas tan tempranas. Pero a mí me gustaba madrugar, quizás para verte dormir o quizás para dibujarte durmiendo.

Ensimismada en esa atractiva arruga de la blanca sábana en tu cintura, captando cada sombra de tu pelo como cae. Estaba delineando el pecado que acechaba, besos mañaneros, polvos placenteros.

Tu sonrisa desveló los dientes traviesos que atraparían mas tarde mi cuello.

Con los ojos cerrados intentaba recordar él porqué llegué ahí, a tu cama incomprendida. Apenas me di cuenta del momento en que te acercaste sigilosamente, tan puro, tan desnudo.  Al abrirlos comprendí. Te alegrabas de verme, sentada en tu caballete mas antiguo, describiéndote dormido. Sin apuros me quitaste el borde de la sábana que envolvía mi pecho y caía al suelo, la misma que me dejaba al descubierto. Eras puro vicio, de chocolates en mi espalda, de letras meditadas. Tu dedo, empapado de derretido placer recorrió por mi columna a la par que me estremecía al llegar cada vez mas bajo. Dejó a su paso un camino de delicioso cacao que indicaba la travesía perfecta .La ventana era una chivata a los vecinos, cualquiera podría observarnos en un ambiente lujurioso.

No te suponía nada el poder ser vistos, es más, era el desafío perfecto. 

Sentir tus manos en mis muslos, llenas de chocolate, levantarme en un suspiro como si mi peso fuese pluma y ahorcajarme de espaldas a ti. Ni trabajo te costó. Acercarte a la ventana para que yo pudiera sujetarme ahí, pudorosa de ser vista, pero ardiente de ser tuya. Una mano apareció por mi vientre, rozando el hilo de mis bragas, bajando mas profundamente. Perdiéndote dentro de mí, dedos traviesos que jugaban con mi placer más íntimo. Lengua escurridiza que saboreaba mi cuello y parte de mi espalda llena de delicioso derretir.

Tu otra mano pretendía erizarme el pecho izquierdo regándolo con el cacao. Que placer juntar ambas delicias. El no saber dónde escondías ese cuenco de chocolate me descomponía por completo. Yo también quería usarlo.

Me percaté del pequeño banco de cocina que tenias cerca, ahí estaba. Desenrosqué mis piernas y me bajé de ti. Girándome al compás que tus ojos me miraban perplejos. No te esperabas ese cambio repentino. Moje mi dedo en el derretido placer y lo dispuse sobre tu boca. Repetí el proceso pero esta vez lo paseé desde tu ombligo hacia el límite de mi cordura. 

Cordura que muy amablemente acomodó mi boca, saboreando el cacao de tu aturdida perplejidad. 

Ante un ritmo tortuoso mi libertad crecía y me soltaba cada vez más, nunca pensé llegar a esto, pero lo cierto era que me gustaba mucho tu cara de placer. Sabías que aguantarías poco más por lo que me levantaste despacio, veía en tu cara de asombro el amor que me recorrías en ese instante. Pero tu plan no era acabar tan pronto, la ventana aun estaba abierta, me sentaste en su borde, me estaba clavando los raíles de ella, pero no me importó en absoluto al ver tu flequillo despeinado deslizarse hacia abajo por mis pechos relamidos de tu lengua juguetona. Pero eso sólo era un mero camino, el destino estaba más abajo.

Y qué destino más delicioso, me sucumbía al mayor placer de los placeres, sin embargo mi cuerpo exhumaba toda su rebeldía. Te necesitaba ya, dentro. Pero tu traviesa sonrisa apegada a mi entrepierna no quería soltarme sólo hasta estar casi apunto. Sólo fue entonces cuando levantaste la mirada, y puede que otras cosas, para penetrarme fuerte y acabar con mi dulce agonía frente a la ventana indiscreta del atractivo vecino del tercero.